Cuando entraba en ese lugar repleto de golosinas, recordaba la leyenda que cuenta que una monja de un convento cercano se refugió en ella hace más de 200 años huyendo de las hordas que querían quemarla acusándola de practicar la brujería. Los dueños de la tienda la escondieron en el sótano y se dice que, agradecida por haber salvado la vida, les dejó la fórmula secreta de un elixir que curaba la ceguera y que dicha receta fue pasando de generación en generación perdiéndose a raíz de la primera guerra mundial.
El Día de la Madre siempre volvía a esa tienda del nº 35 de la rue du Faubourg, en pleno Montmartre. ¿Que mejor sitio para comprarle unos bombones que en ese lugar por el que no parecían haber pasado 250 años y que dedicaba su nombre a las madres de familia?
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