jueves, 4 de noviembre de 2010

Café Asturias - J.L. Jardi


Terminó de ojear el periódico y levantó su rostro hacia la entrada del café por la que se colaba la luz del atardecer.

Sabía que ella ya no volvería a cruzar aquella puerta pero no podía evitar ese movimiento instintivo repetido tantas veces desde que la conoció, hacía ya algunos meses.

El era un viudo con posibles, un viudo de provincias. Hacía poco tiempo que se había jubilado. Ella trabajaba en una empresa conservera ubicada en una localidad cercana a la que marchaba todos los días en su pequeño utilitario regresando al atardecer. En ese café esperaba él todas las tardes su vuelta a la ciudad con la misma emoción que un colegial enamorado. Sentía que se le había metido en el alma un bello y tardío amor que le había devuelto la ilusión de iniciar algo nuevo cuando ya todo en su vida era monótono y tedioso.

Por eso, el día que alguien se le acercó y le dijo que no esperase, que ella no vendría, que un maldito accidente la había dejado tirada en la carretera no se lo terminaba de creer.

Por eso, porque no se lo terminaba de creer seguía sentándose todas las tardes en el mismo lugar, levantando la mirada instintivamente cada vez que alguien penetraba en el local con la absurda esperanza, quizás, de que el contraluz le devolviese de nuevo su imagen perdida.


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