martes, 1 de febrero de 2011

Alegoría de la pintura - Jan Vermeer van Delft


Escribía Antonio Muñoz Molina con motivo de una exposición de Vermeer y sus contemporáneos en la National Gallery de Londres hace ya algunos años que: "Ante un cuadro de Vermeer siempre se tiene la sensación de la nítida inmediatez de lo visible, pero basta detener un poco la mirada para descubrir cosas que no se habían advertido antes y también para intuir que hay algo más que no se ve, que está presente aunque no lo vean los ojos"

Ciertamente. Este cuadro, estudiado y comentado por grandes entendidos, y en el que parece que Vermeer esté representando una obra de teatro al otro lado de ese cortinaje a modo de telón, puede ser contemplado durante horas y siempre aparece un nuevo detalle que llama la atención, igual que siempre se tiene la sensación de que se intuye algo que no se ve.

En esta representación teatral, Vermeer se retrata de espaldas, vestido con unos ropajes que corresponden al siglo XV y no al momento en que él está pintando, como si estuviera interpretando el papel de un gran maestro a lo Van Eyck.

El otro personaje, la modelo, adopta el papel de Clío, la Musa de la Historia, y lleva una trompeta en su mano derecha simbolo de la fama y un libro que registra los hechos heróicos. Su cabeza está adornada con la corona de laurel que es el detalle que Vermeer tiene iniciado ya en el lienzo.

Las baldosas del suelo, la arista de la mesa, la alineación pintor - modelo, constituyen diagonales que confluyen en un punto de fuga que coincide prácticamente con la bola que adorna el rodillo del mapa.

La lámpara con su águila bicéfala símbolo de los Habsburgo, la máscara de teatro o mortuoria situada encima de la mesa, la silla, los ropajes, el plano con el detalle de la firma del pintor estampada en él, son varios de los objetos que el espectador contempla curioso y que provocan la búsqueda de una explicación.

Este cuadro pintado en 1665, permaneció en la casa de Vermeer el cual no quiso desprenderse de él. A su muerte debió permanecer olvidado en algún rincón, llevado a Viena y atribuido posteriormente a Peter de Hooch. En 1942 fue comprado por debajo de su valor por Hitler que lo tuvo en su residencia de Berchtesgaden. El cuadro fue rescatado de una mina de sal a finales de la II Guerra Mundial a donde se había trasladado junto con otras obras de arte para protegerlas de los bombardeos aliados.

Desde 1958 se exhibe en el Kunsthistorisches Museum, Wien.

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