A Félix Vallotton le trajimos a este blog hace ahora cuatro años (como pasa el tiempo) en un breve apunte sobre su cuadro de Misia Sert, la que fuera musa y mecenas de los pintores Pierre Bonnard, Renoir, Edouard Vuillard, Toulouse Lautrec, Theodore Robinson y Félix Vallotton entre otros y sobre la que volveremos algún día para contar algo más de esa gran mujer.
Hoy traemos otra vez a Vallotton pero la musa de hoy es otra. Hoy hablamos de una mujer llamada Helene Chatenay, una joven trabajadora de una fábrica parisina que conocería a Vallotton en 1889 en alguno de los cafés bohemios a los que Vallotton solía acudir con su amigo Charles Maurin y que luego compartiría junto al pintor una década de su vida como musa y también como compañera y amante.
Charles Maurin era un pintor francés nacido en Puy-en-Velay y que impartía clases en la famosa Academia Julián de París, lugar en el que Vallotton le había conocido en 1887 recién llegado a París procedente de Lausanne, su ciudad natal, con el fin de estudiar en la citada Academia.
Entre los dos pintores y Helene Chatenay se establecería una buena relación pues a los tres les uniría, en un principio, ese espíritu bohemio un poco anarquista y de rebelión contra todos los cánones establecidos y que caracterizaba a aquel grupo de pintores que se movían en el París de finales del XIX. Helene y sus amigas se convertirían en modelos ocasionales de ambos pintores pero la amistad de Helen con Vallotton pronto se trasformaría en pasión yéndose a vivir con él a su pequeño piso en la orilla izquierda del Sena.
Sería seguramente en ese modesto piso parisino donde Vallotton prepararía durante 1891 el cuadro que él pretendía que representase su debút en la capital francesa el próximo año y que le sirviese también para presentarlo en la Exposición de la Societé Suisse des Beaux-Arts que se celebraría en 1893.
Es en este cuadro "La malade" donde aparece por primera vez en la obra de Vallotton su modelo y amante, Helene, "La petite" como el la denomina cariñosamente. Sin embargo, Helene aparece como modelo pero, una modelo sin rostro. En ese extraño montaje que parece más bien una escena de alguna obra teatral, Helene es la enferma que, desde su lecho, extrañamente colocado de cara a la pared, observa a la asistenta o cuidadora que penetra en la habitación llevándole algún alimento o remedio para su enfermedad mientras esta parece recoger todas las miradas del espectador ataviada con esa indumentaria fuertemente contrastada en ese juego, tan hábil, de blancos y negros en el que Vallotton es maestro. El montaje de la escena resulta desconcertante cuando uno observa detenidamente esa cama girada, esa silla inútil situada a espaldas de Helen y esa especie de mesilla-estorbo en cuyas patas, así como en los frascos que la llenan, se refleja la claridad de un ventanal desde el que se supone que pinta la escena el pintor y que, ahora, es también ocupado por nosotros como espectadores.
El cuadro es en extremo minucioso, detallista y agotador. Uno piensa cuantas horas dedicó Vallotton a esos arabescos del biombo, a esas flores del papel o de la tela que tapiza las paredes, a esas rayas blancas y verdes del colchón o a esos infinitos cuadros de las diversas alfombras que cubren el suelo de la habitación. Nadie se puede imaginar que este cuadro, más cercano a un Vermeer o a algún realista americano, pertenezca al mismo Vallotton que veíamos en el cuadro dedicado a Misia, al Valloton que unos meses después se engancharía de lleno al grupo de los "Nabis", el "Nabi étranger" como le denominarían, y que cubriría sus lienzos con grandes planos manchados de verdes y rojos purísimos.
En 1892 Vallotton terminaría "La malade" denominándolo "Une intérieur" como así consta en el diario que de todas sus obras llevaba el pintor. Ese mismo verano Vallotton pintaría dos retratos más a Helen durante sus vacaciones en el campo, en la casa de su amigo Jasinski en la localidad de Ballancourt y en los que Helen aparece ejerciendo de cocinera o pintando un lienzo en el jardín de la casa. A lo largo de los años que permanecerían juntos, Vallotton la retrataría como modelo para numerosos desnudos y como intérprete de numerosas escenas en habitaciones misteriosas.
La aparición en la vida de Vallotton, en 1897, de Gabrielle, la viuda de un rico empresario llamado Rodrigues-Henriques e hija de un comerciante de arte llamado Alexandre Bernhein, provocará la ruptura con su amante en 1899 y su boda con la rica Gabrielle ese mismo año.
La llegada del dinero y la ansiada fama, nunca llegarían a devolver la felicidad que él había encontrado con su "petite". A pesar de haber cambiado su estudio de la pobre y bohemia orilla izquierda del Sena a la más elegante y adinerada orilla derecha él escribirá, años después, en su novela autobiográfica terminada en 1907 "La vie meurtriere" lo siguiente: "Qué gran mal ha cometido el hombre que se merece este socio aterrador llamado mujer. Me parece que con tales pensamientos contradictorios e impulsos tan claramente opuestos, la única relación posible entre los sexos es la del vencedor y vencido"
Helene Chatenay moriría en 1910 de resultas de las graves secuelas que le produciría el atropello por un carruaje sufrido algunos meses antes.
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