miércoles, 29 de abril de 2015

La malade - Félix Edouard Vallotton



A Félix Vallotton le trajimos a este blog hace ahora cuatro años (como pasa el tiempo) en un breve apunte sobre su cuadro de Misia Sert, la que fuera musa y mecenas de los pintores  Pierre Bonnard, Renoir, Edouard Vuillard, Toulouse Lautrec, Theodore Robinson y Félix Vallotton entre otros y sobre la que volveremos algún día para contar algo más de esa gran mujer.

Hoy traemos otra vez a Vallotton pero la musa de hoy es otra. Hoy hablamos de una mujer llamada Helene Chatenay, una joven trabajadora de una fábrica parisina que conocería a Vallotton en 1889 en alguno de los cafés bohemios a los que Vallotton solía acudir con su amigo Charles Maurin y que luego compartiría junto al pintor una década de su vida como musa y también como compañera y amante.

Charles Maurin era un pintor francés nacido en Puy-en-Velay y que impartía clases en la famosa Academia Julián de París, lugar en el que Vallotton le había conocido en 1887 recién llegado a París procedente de Lausanne, su  ciudad natal, con el fin de estudiar en la citada Academia.

Entre los dos pintores y Helene Chatenay se establecería una buena relación pues a los tres les uniría, en un principio, ese espíritu bohemio un poco anarquista y de rebelión contra todos los cánones establecidos y que caracterizaba a aquel grupo de pintores que se movían en  el París de finales del XIX. Helene y sus amigas se convertirían en modelos ocasionales de ambos pintores pero la amistad de Helen con Vallotton pronto se trasformaría en pasión yéndose a vivir con él a su pequeño piso en la orilla izquierda del Sena.

Sería seguramente en ese modesto piso parisino donde Vallotton prepararía  durante 1891 el cuadro que él pretendía que representase su debút en la capital francesa el próximo año y que le sirviese también para presentarlo en la Exposición de la Societé Suisse des Beaux-Arts que se celebraría en 1893.

Es en este cuadro "La malade" donde aparece por primera vez en la obra de Vallotton su modelo y amante, Helene, "La petite" como el la denomina cariñosamente. Sin embargo, Helene aparece como modelo pero, una modelo sin rostro. En ese extraño montaje que parece más bien una escena de alguna obra teatral, Helene es la enferma que, desde su lecho, extrañamente colocado de cara a la pared, observa a la asistenta o cuidadora que penetra en la habitación llevándole algún alimento o remedio para su enfermedad mientras esta parece recoger todas las miradas del espectador ataviada con esa indumentaria fuertemente contrastada en ese juego, tan hábil, de blancos y negros en el que Vallotton es maestro. El montaje de la escena resulta desconcertante cuando uno observa detenidamente esa cama girada, esa silla inútil situada a espaldas de Helen y esa especie de mesilla-estorbo en cuyas patas, así como en los frascos que la llenan, se refleja la claridad de un ventanal desde el que se supone que pinta la escena el pintor y que, ahora, es también ocupado por nosotros como espectadores.

El cuadro es en extremo minucioso, detallista y agotador. Uno piensa cuantas horas dedicó Vallotton a esos arabescos del biombo, a esas  flores del papel o de la tela que tapiza las paredes, a esas rayas blancas y verdes del colchón o a esos infinitos cuadros de las diversas alfombras que cubren el suelo de la habitación. Nadie se puede imaginar que este cuadro, más cercano a un Vermeer o a algún realista americano, pertenezca al mismo Vallotton que veíamos en el cuadro dedicado a Misia, al Valloton que unos meses después se engancharía de lleno al grupo de los "Nabis", el "Nabi étranger" como le denominarían, y que cubriría sus lienzos con grandes planos manchados de verdes y rojos purísimos.

En 1892 Vallotton terminaría "La malade" denominándolo "Une intérieur" como así consta en el diario que de todas sus obras llevaba el pintor. Ese mismo verano Vallotton pintaría dos retratos más a Helen durante sus vacaciones en el campo, en la casa de su amigo Jasinski en la localidad de Ballancourt y en los que Helen aparece ejerciendo de cocinera o pintando un lienzo en el jardín de la casa. A lo largo de los años que permanecerían juntos, Vallotton la retrataría como modelo para numerosos desnudos y como intérprete de numerosas escenas en habitaciones misteriosas.

La aparición en la vida de Vallotton, en 1897, de Gabrielle, la viuda de un rico empresario llamado Rodrigues-Henriques e hija de un comerciante de arte llamado Alexandre Bernhein, provocará la ruptura con su amante en 1899 y su boda con la rica Gabrielle ese mismo año.

La llegada del dinero y la ansiada fama, nunca llegarían a devolver la felicidad que él había encontrado con su "petite". A pesar de haber cambiado su estudio de la pobre y bohemia orilla izquierda del Sena a la más elegante y adinerada orilla derecha él escribirá, años después, en su novela autobiográfica terminada en 1907 "La vie meurtriere" lo siguiente: "Qué gran mal ha cometido el hombre que se merece este socio aterrador llamado mujer. Me parece que con tales pensamientos contradictorios e impulsos tan claramente opuestos, la única relación posible entre los sexos es la del vencedor y vencido"

Helene Chatenay moriría en 1910 de resultas de las graves secuelas que le produciría el atropello por un carruaje sufrido algunos meses antes.

"La Malade" es propiedad de un coleccionista particular. 

Si quieres ver algo más de Vallotton pulsa aquí.

viernes, 24 de abril de 2015

Nos deux portraits - James Ensor




James Ensor, el llamado "Pintor de máscaras" fue, dentro de su abundante obra, un prolífico pintor de autorretratos aunque a pocos de ellos les designó específicamente como autorretratos y siempre rehuyó hablar de esas representaciones de si mismo. Estos son siempre una muestra de su estado anímico, una especie de diario íntimo visual. En ellos aparecerá como un joven apuesto, como un hombre triste pero soberbio, como un Cristo crítico pero ignorado o, como un ser metamorfoseado en esqueleto o en arenque escabechado rodeado de máscaras.

En el cuadro que hoy visitamos, pintado en 1905, en el ecuador de su vida, Ensor se retrata a si mismo reflejado en el espejo de un armario a la vez que retrata a su íntima amiga, Augusta Boogaerst, la cual aparece sonriente sentada en un primer plano . De ahí el nombre del cuadro, "Nos deux portraits" (Nuestros dos retratos), un cuadro también conocido como "Ensor de glace" (Ensor en el espejo o Ensor de hielo), un juego de palabras que nos advierte del mensaje que parece trasmitir Ensor hacia su eterna amiga Augusta indicando con su helada mirada dirigida en dirección opuesta al lugar que ella ocupa, la incomunicación sexual que les separa. El escritor Diane Lesko en su libro, "James Ensor, los años creativos" (Princeton, 1985) escribe que: "Ella se muestra completamente vestida, con sus guantes, una estola de piel en su regazo ., y un gran sombrero de flores en la cabeza. La sombra de una sonrisa es evidente cuando ella mira hacia la ventana situada en el borde izquierdo de la pintura. En su mano derecha sostiene una flor. Flores también aparecen a sus pies, al parecer después de haber caído desde un florero colocado sobre la mesa ... Hay aquí una sensación de intriga, de momentos clandestinos robados por los amantes. A pesar del encanto de la pintura, sin embargo, el retrato alude a una distancia psíquica y física que existe y se mantendrá entre los amantes: sus cabezas y cuerpos giran en direcciones opuestas y Ensor se ha distanciado aún más de Augusta al retratar su imagen en un extremo de la habitación reflejándose ella en el espejo del armario".

Augusta Boogaerst era la hija de un modesto hostelero de Ostende que comenzaría a trabajar en 1888 en una tienda de recuerdos y chucherías que la madre de Ensor poseía también en esa ciudad. Cuando ella conoce a Ensor tiene solamente 18 años, diez menos que él, lo que no impedirá que aparezca una atracción mutua entre ella y el pintor lo que que se traducirá poco más tarde en la intención de unirse en matrimonio. Pronto, los deseos de la pareja de unirse sentimentalmente se verían frustrados por el clan de la familia de Ensor constituido por la madre, viuda desde hacía un año, su abuela, su hermana Mitche  y una tía, las cuales  se opondrían ferozmente a una posible boda de Ensor con Augusta, con "La Sirena" como el la denominaba cariñosamente.

Augusta desaparecerá del trabajo en la tienda de la madre pero no de la vida de Ensor convirtiéndose en su amiga, su asesora y su amante frustrada hasta el final de la vida del pintor. Más de 250 platónicas cartas le escribirá Ensor en los primeros momentos de su relación y son múltiples los cuadros y dibujos en los que ella quedará inmortalizada por el pintor a lo largo de su vida. 

Se dice que esta represión familiar que se manifestará en una tendencia de Ensor al masoquismo y al autodisgusto también creará un sentimiento de castración que provocaría una falta de virilidad en Ensor y una fuente de angustia que se refleja en muchas imágenes de su obra y que parecen hacer alusión a una impotencia sexual. La propia Augusta llegaría a decir de él que era un  "pobre amante" y él en una ocasión se confesaría "un impotente, hechizado por un pecado no cometido".

En cualquier caso y como ya comentábamos antes, Augusta se convertiría en su amiga inseparable y en una confidente y consejera e inspiradora de su obra. Ninguna otra mujer aparecerá tan implicada en la  vida de Ensor como lo fue Augusta Boogaerst. Tan solo tres mujeres parecen haber rozado un poco el mundo de James Ensor, la naturalista Mariette Rousseau-Hanon, esposa de un profesor de Bruselas y a la que llegó a admirar platónicamente durante su periodo de aprendizaje en esa ciudad; la que más adelante se convertiría en mecenas suya, la poeta y escritora Emma Lambotte-Protin y la costurera Alice Frey, una joven vecina de Ostende a la que conocería durante la guerra y que le pediría asesoramiento sobre los dibujos que ella realizaba estableciéndose una relación maestro-alumna que desembocaría en el inicio de una vocación artística.

A través de una extraña simbiosis en la que ninguno de los dos parecía exigir nada al otro, Augusta Boogaerst y James Ensor permanecerían unidos hasta la muerte de Ensor a finales de 1949. "La Sirenne" moriría tres años después dejando en herencia a su hermana toda la obra que ella había ido consiguiendo de James Ensor y entre la que se incluye "Nos deux portraits", un óleo sobre tabla, actualmente en manos de un coleccionista privado. 


jueves, 16 de abril de 2015

Retrato de la condesa Mathieu de Noailles - Ignacio Zuloaga




La condesa Mathieu de Noailles fue una famosa poetisa y aristócrata nacida en París en 1876 como Anna Elisabeth Bibesco-Bassaraba de Brancovan

Hija de un príncipe rumano y una pianista griega se casaría muy joven con un descendiente del ducado de Noailles, un tal Mathieu de Noailles, apellido por el que se la conocería en adelante en los círculos de la alta sociedad parisina.

Anna de Noailles, una mujer con una formación y un espíritu artístico de raíz, se rodearía también de la élite intelectual que se movía por París en esos años convirtiéndose ella misma en una famosa poetisa después de publicar en 1901 su primer libro de poemas "Le Coeur Innombrable", una obra que tendría un gran éxito y al que seguirían una nueva colección de poesía y varias novelas.

Mujer culta, inteligente y con una gran capacidad para las relaciones sociales debido a la atracción que su persona ejercía, convirtió su salón parisino de la avenida Hoche en un lugar de reunión de intelectuales, artistas y escritores entre los que se encontraban personajes de la talla de Paul Claudel, André Gide, Paul Valery, Pierre Loti, Marcel Proust o Jean Cocteau por citar algunos. Este último le llegaría a escribir en una de las cartas pertenecientes a la afectuosa correspondencia que mantuvo con la condesa, comparativos como estos: "Es usted más exquisita que Ronsard, más noble que Racine y más magnífica que Hugo".

También fueron varios los pintores que la retrataron, muchos de ellos atraídos por su personalidad y otros a instancias de la propia Anna de Noailles en su deseo de dejar el recuerdo de su figura a generaciones futuras como ella misma contaría más tarde. A ella la retratarían Jean de Gaigneron, Antonio de la Gandara, Edouard Vuillard, Kees Van Dongen, Jacques Émile Blanche, Phillip Alexis de Laszlo, Jean Louis Forain e Ignacio de Zuloaga que la plasmó en 1913 en el lienzo que hoy visitamos, "Retrato de la condesa Mathieu de Noailles"

Por esas fechas, Zuloaga tenía abierto su estudio en París en la rue Caulaincourt y había llegado a introducirse en 1912 en el circulo de la condesa, al parecer, a través del salón de Madame Bulteau una dama de la alta aristocracia parisina a cuyas tertulias solía acudir Anna de Noailles de vez en cuando. Sería esta la que, conocedora de la fama como retratista que había ido adquiriendo Zuloaga, desearía posar para él. De la correspondencia que se ha conservado entre el pintor y la condesa se sabe que entre los dos se estableció una agradable comunicación y un acuerdo en los preparativos del retrato en cuanto a la elección del vestido y el tejido y la decisión de pintar en el estudio del pintor para que tanto ella como el pintor pudieran posar y trabajar en calma, respectivamente.

Zuloaga retrata a la condesa recostada en un diván recubierto por unas telas verdes que contrastan con el llamativo vestido de gasa rosa que ella luce. Muy teatral la pose, Anna aparece en un primer plano mientras el telón de fondo aparenta un cielo azul en el que se dibujan unas nubes de tonos también rosados. La escena se enmarca con unos pesados cortinajes floreados muy del gusto de Zuloaga que empleará esta misma escena para varios de sus retratos. En primer plano aparece una mesa sobre la que descansan un jarrón con unas rosas, unos libros y un collar de perlas, objetos todos ellos, según cuentan algunos, de acuerdo a una actualización de la "vanitas" del barroco español  y en los que estarían simbolizados el amor, su afición a la literatura y la pasión, respectivamente. 

Sin ser una mujer excesivamente bella, Zuloaga la hace bella y demuestra su maestría como buen retratista del alma que era sacando toda la fuerte personalidad que esta mujer poseía y que puede descubrirse en su poderosa y penetrante mirada. Anna de Noailles debió quedar encantada con su retrato y con el sentimiento de inmortalidad que este le proporcionaba. Ella le escribió una vez terminadas las sesiones de posado que "Debo decirle con qué emocionante reconocimiento pienso en la perdurable gloria con la que usted me ha colmado por la presencia en el mundo de un divino lienzo sobre el cual todas las miradas se posarán asombradas cuando ni usted ni yo estemos ya."

El retrato de la condesa de Noailles no se mostró al público en Francia exponiéndose sin embargo en diversas ciudades de Estados Unidos unos años después, en 1916 y 1917. En 1919 apareció en la Exposición Internacional que se celebró en Bilbao siendo adquirido por 100.000 pesetas por el empresario naviero Ramón de la Sota quien lo donaría posteriormente al Museo de Bellas Artes de Bilbao donde se puede contemplar en la actualidad y del que se puede decir que es la joya de la corona de este entrañable museo.

Anna de Noailles, murió en 1933 y sus restos descansan  en el cementerio de Père-Lachaise en París. De ella escribiría el poeta nicaragüense Rubén Darío: "La condesa de Noailles es una rara perla perfumada, como las del mar de Ormur. Es una aparición de figura poética y legendaria, en pleno París del siglo XX"


domingo, 12 de abril de 2015

La femme et le pantin - Ángel Zárraga Argüelles



Ángel Zárraga Argüelles (1886-1946) fue un pintor mejicano descendiente de una acomodada familia criolla con ascendientes vascos y cuya mayor producción y actividad artística se desarrolló prácticamente en París, ciudad en la que fijaría su residencia en 1911 con tan solo 25 años y después de haber viajado por las ciudades más importantes de Europa completando sus estudios y visionando la obra de los grandes maestros existente en los principales museos de dichas ciudades. Contemporáneo de los grandes muralistas mejicanos como José Clemente Orozco, David Alfaro Siquieros y Diego Rivera, se le considera perteneciente a la llamada Escuela Mexicana de Pintura.

Previo a su asentamiento en París, Zárraga viaja a España en 1905 y prácticamente recién llegado de México, se inscribe en el taller del pintor Ignacio Zuloaga con él que estudiará durante tres años pasando después al de Sorolla  y empapándose a la vez de la obra de El Greco, Tiziano, Goya y Velázquez expuesta en el Museo del Prado. De esta época nacerá su primera producción pictórica que se puede encuadrar dentro de un realismo costumbrista español y en la que se aprecia la influencia de su maestro Zuloaga

En el cuadro que hoy visitamos, "La femme et le pantin" (La mujer y el pelele), un cuadro pintado en 1909 finalizada ya la etapa de aprendizaje en España, se percibe ese realismo costumbrista del que estamos hablando aunque son muchos los críticos que han etiquetado esta obra dentro del decadentismo, un movimiento difícil de definir surgido en Francia a finales del siglo XIX y extendido por toda Europa como una rebelión contra todo lo establecido y una especie de puerta de entrada a la modernidad del pensamiento.

Costumbrismo o decadentismo, lo cierto es que Zárraga da a su cuadro el mismo título que la novela del belga Pierre Louÿs, un escritor considerado uno de los grandes clásicos de la narrativa erótica del siglo XIX, por lo cual, se deduce que Zárraga quiso plasmar en un lienzo la impresión pictórica que le había producido la lectura de ese libro editado unos años antes, en 1898. En dicha novela, cuya acción transcurre en Sevilla, Pierre Louÿs narra el sufrimiento de Mateo, un hidalgo español prendado de los encantos de Conchita, una bella y pérfida andaluza que juega constantemente con él prometiéndole su cuerpo que le negará llegado el momento continuando ese juego día tras día durante más de dos años, convirtiéndole así en una marioneta, en un pelele que ella manejará a su antojo. La obra no tiene principio ni final propiamente dichos y es narrada por el torturado Mateo a un tal André Stévenol, un francés que pasa unos días en Sevilla y que también ha conocido de manera fortuita a la tal Conchita.

Zárraga representa en su cuadro a una bellísima Conchita, desnuda, con una especie de velo rodeando su cuello y  con un mantón de manila que cuelga de sus antebrazos y que le da ese aire  de andaluza que nos recordará los desnudos retratados por Zuloaga y hasta los del mismísimo Romero de Torres.  De su cuello pende un colgante que parece la efigie de una calavera y con sus dedos, repletos de anillos, sujeta los hilos de los que cuelga ese pelele con aspecto de payaso afeminado, vestido con una gola de puntillas y una bata rosa floreada y en cuyo rostro se confunden el dolor y la irritación. La acción transcurre delante de un paisaje dominado por unos siniestros cipreses que dejan ver al fondo un valle con un pequeño pueblo como si de una serranía andaluza se tratase.

Todo el drama representado gira en torno al tema de la "femme fatale", de esa nueva mujer que la modernidad  de finales del siglo XIX y principios del XX trae a la escena con gran preocupación por parte del hombre que observa su avance y la representa en la literatura o en el arte como una peligrosa y diabólica enemiga. Baudelaire en su poemario "Las flores del mal" ya avisa de los peligros de la nueva mujer y el propio Valle Inclán escribe en "La cara de Dios":  "La mujer fatal es la que se ve una vez y se recuerda siempre. Esas mujeres son desastres de los cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que se matan por ellas; otros que se extravían"

El tema y el título de la obra de Zárraga y la del mismo Pierre Louÿs tienen su antecedente en la obra del pintor Felicien Rops que ya realizó un trabajo similar al de Zárraga en sus acuarelas  "La Dame au Pantin" (ver) con las que ilustró el libro de Octave Uzanne "Son Altesse la femme" y en las que también aparece una mujer semidesnuda sujetando en una de sus manos a un pequeño pelele desventrado y ensangrentado mientras que con la otra aprieta un puñal. El propio Francisco de Goya se adelantaría a todos cuando en 1791 pinta "El pelele" (ver) un lienzo en el que cuatro jóvenes mujeres disfrutan manteando un muñeco -un hombre?- como símbolo del poder de la mujer sobre el hombre.

El tema de la femme fatale ha sido llevado también al cine en numerosas ocasiones. El director Josef von Sternberg lo trató en 1935 en su "The Devil is a Woman" interpretada por Marlene Dietrich y Julien Duvivier lo retomaría en 1959 en "La femme et le pantin" dándole el papel de mujer fatal a Brigitte Bardot. También los españoles Luis Buñuel y Mario Camus tratarían el tema en "Ese oscuro objeto de deseo" (1977), con Ángela Molina y Fernando Rey y en "La mujer y el pelele" (1990) con Maribel Verdú respectivamente.

El cuadro de Angel Zárraga es propiedad del empresario y coleccionista de origen argentino afincado en México, Andrés Blaisten. La Colección Andrés Blastein se puede visionar en el Museo virtual de dicha Colección

Puedes ver algo más sobre la obra de Angel Zárraga pulsando aquí.


lunes, 6 de abril de 2015

Portrait of Emma Hart - George Romney





El cuadro que hoy traemos a este blog es todo él un conjunto tan denso de pequeñas y grandes historias que hacen complicado relatar en unas cuantas líneas su pasado por lo que, solo he intentado hacer una pequeña sinopsis del mismo dejando en el tintero todos esos detalles interesantes acerca de los personajes que de una forma u otra tuvieron algo que ver con él.

La idea de contar algo sobre el "Retrato de Emma Hart", una obra del pintor inglés George Romney (1734-1802), me vino a la cabeza tras leer una noticia que daba el Museo de Bellas Artes de Boston en la que se informaba de la cesión de este cuadro al museo como parte de una colección de obras de arte propiedad de los herederos de Alphonse y Clarice de Rothschild, miembros de la célebre familia de banqueros Rothschild.

Este cuadro sería confiscado a los Rothschild en 1938 tras la anexión de Austria a la Alemania nazi, y colocado en las paredes del Kunsthistorisches Museum, en Viena. Almacenado luego en el depósito central de Neue Burg, sería enviado en 1941 al monasterio benedictino de Kremsmünster y posteriormente a Alt Aussee, una localidad cercana a Salzburgo, famosa por sus minas de sal y en cuyos laberínticos túneles y galerías los nazis fueron acumulando más de 6.500 obras de arte expoliadas de colecciones y museos de toda Europa durante la II Guerra Mundial. Al término de la guerra, el retrato de Emma Hart fue identificado en estas minas por la baronesa Clarice de Rothschild, quién, tras una larga serie de gestiones, recuperaría el cuadro llevándoselo a Nueva York hacia 1950.

George Rommey, uno de los retratistas ingleses mas afamados y prolíficos de la época junto con Joshua Reynolds y Thomas Gainsborough, retrata (c.1784) en este cuadro a una bellísima mujer llamada Emma Hart. Elegantemente vestida, tocada con un grande y sofisticado sombrero negro y cubiertas sus manos con unos guantes de raso marrón, Emma clava su penetrante mirada en el espectador que no puede evitar sentirse fuertemente atraído por sus bellos ojos y por el rojo intenso de esos labios que aparecen ligera y sensualmente entreabiertos  en una clara invitación al coqueteo erótico.

Romney había conocido en 1782 a Emma Hart a través de su amigo, un aristócrata y político llamado Charles Francis Greville, el cual le pidió que retratase a Emma, su amante por aquellas fechas, a lo cual Romney había accedido retratándola en un cuadro que él denominaría "Enma Hart como Circe" (TATE, 1782) un lienzo basado en la mitología griega y en el que Emma aparece como la hechicera Circe y que sería el primer cuadro de los más de 60 que Romney pintaría de aquella mujer en los próximos nueve años convirtiéndose en su musa y en una de las mujeres más veces retratada por un mismo pintor en la historia del arte.

Pero, ¿quién era Emma Hart?.

Emma Hart, nacida como Amy Lyon, era una joven procedente de una humilde familia de Ness, una localidad inglesa en el condado de Cheshire. Huérfana de padre, un herrero fallecido cuando ella apenas contaba unos meses, sería esa ausencia de autoridad paterna y la escasez de recursos económicos, los que harían que ya desde pequeña "prometiese maneras". Emma  comenzaría, al igual que su madre, trabajando casi de niña como asistenta doméstica para ayudar al mantenimiento del hogar, pero, con poco más de catorce años se escaparía a Londres con el fin de descubrir nuevos mundos en los que mejorar su "modus vivendi" Se cuenta que en Londres hizo méritos como ayudante de varias actrices en el Drury Lane, el viejo teatro londinense, pero, viendo que aquello no generaba demasiadas ganancias, se pondría a trabajar con un charlatán escocés llamado James Graham, un pionero de lo que mas tarde llamaríamos la sexología, un curandero de los problemas sexuales a través de una terapia consistente en la administración de descargas eléctricas a sus pacientes, tumbados estos en una espectacular cama, en su llamado "Templo de la Salud", mientras escuchaban música al compás de la cual danzaba Emma convertida en la "Diosa de la Salud".

Sean ciertos o no estos rumores sobre sus comienzos, sí es cierto que Emma Hart fue alternando en ambientes de dudosa reputación en los que cada vez iría siendo más conocida popularmente por su belleza y la sensualidad que desprendía y más iría ella convenciéndose de su capacidad para conseguir un puesto en la sociedad gracias a la hábil explotación de esos encantos que ella mostraba generosamente.

Es por esto que Emma, que ya había cambiado su nombre de pila de Amy Lyon por el más artístico de Emma Hart, debió abandonar a Graham y su "Templo de la Salud" para aceptar un contrato como presentadora y animadora de fiestas que le había ofrecido un aristócrata y terrateniente llamado Sir Harry Fetherstonhaugh, fiestas que se celebraban de continuo en su fabulosa mansión conocida como Uppark en la pequeña localidad de South Harting. Ella marcharía allí con quince años para diversión de Harry y sus amigotes para los cuales, se cuenta, bailaba desnuda encima de la mesa del comedor. Harry acabaría dejándola embarazada, estado que no sería muy del agrado de este alejando a  Emma de su lado y mandándola a tal fin a una de sus casas en Londres. Uno de los amigos de Harry, un tal  Charles Francis Greville, se convertiría en el nuevo amante de Emma la cual marcharía a vivir junto a él a su casa ubicada en Edgware Row, en el distrito de Paddington y a través del que conocería al pintor George Rommey como ya comentábamos unas líneas antes.

En los siguientes cuatro años, Emma posaría ante Romney más de 100 veces para una secuencia de retratos personificados en tipos alegóricos, mitológicos o religiosos, en escenas de genero o en diversas poses teatrales, poses que más adelante ella exhibiría en sus famosas representaciones públicas o "Actitudes".

Así, Emma había logrado convertirse en la amante de un individuo con una alta posición dentro de la  sociedad londinense y gracias a esa relación y la difusión de su rostro y su estilo a través de los muchos cuadros que de ella iban inundando el estudio de Romney y que eran observados con interés por las damas de alto copete que venían a retratarse a dicho estudio, ella iba siendo cada vez más conocida en esa distinguida sociedad. La hija que ella había dado a luz en 1782, fruto de su relación con Harry Fetherstonhaugh sería dada en adopción a unos parientes de Charles Greville.

Esta fama empezó a no gustarle demasiado a Greville pues, al cabo de cuatro años de vida en común con Emma, las finanzas no marchaban demasiado bien y pensó que era el momento de intentar cazar a una dama joven y rica en la que tenía puesto el ojo, así que, decidió desembarazarse de Emma proponiendo a su tío Sir William Hamilton, un viudo cincuentón,  embajador de Inglaterra en la Corte de Nápoles, que la aceptase en su casa durante una temporada para él poder solucionar sus problemas económicos.

Sir William, un hombre refinado, eminente vulcanólogo, coleccionista de antigüedades griegas y sabedor de la belleza de Emma, pues él la había conocido en una visita que había hecho a su sobrino en 1783, aceptó el plan con agrado y Emma marchó engañada a Nápoles en 1786  bajo el pretexto de pasar una temporada de vacaciones con el tío de Greville, convirtiéndose a los seis meses en la amante de Sir William Hamilton y unos años más tarde, en su mujer, al casarse con él en 1791, pasando a ser conocida como Lady Hamilton

Con 26 años Emma se había convertido en la mujer del embajador de Inglaterra en Nápoles. Bajo la tutela y dirección de Sir William ella iría adquiriendo una gran cultura, aprendería perfectamente el italiano y sería una maravillosa anfitriona en las fiestas que se realizaban en su residencia, el fastuoso Palazzo Sessa, donde realizaría para entretenimiento de los invitados sus representaciones, las llamadas "actitudes" consistentes en sus posados en diferentes posturas, adornada con velos o túnicas y adoptando distintas mímicas que creaban la admiración de todos los que la contemplaban.

A raíz de su boda con Sir Willian Hamilton, George Romney no volvería a retratarla pero serían muchos otros los pintores que la retratarían por encargo de Sir William como Sir Joshua Reynolds, Vigée le Brun, Gavin Hamilton, Wilhelm Tischbein por citar los más importantes.

Su fama llegaría hasta  la esposa del Rey de Nápoles, María Carolina, de la que se convertiría en íntima amiga. Junto a la familia real serían rescatados ella y su marido en 1798 de la invasión francesa de Nápoles gracias a la intervención del famoso almirante Horatio Nelson que los evacuaría a Palermo.

El contacto de Lady Hamilton con Nelson propiciaría su enamoramiento de aquel hombre al que admiraba y al que ya había conocido en 1793 y que llegaba a Nápoles mutilado y tuerto pero rodeado de la aureola de sus victorias en grandes batallas, la última en el Nilo en la batalla de Abukir. Nelson también se enamoraría de aquella bellísima y seductora mujer ante la complacencia y el beneplácito de Sir William Hamiton. Después del regreso de los tres a Inglaterra en 1800 el triángulo amoroso perduraría hasta  1803, año en el que moriría Sir William. Emma tendría dos hijos con Nelson el cual caería abatido por un francotirador en la famosa batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805 .

Tras la muerte de Nelson, la pequeña herencia que Sir William le había dejado a Emma se fue agotando rápidamente y las deudas acabaron con Emma en la cárcel. Huída a Francia para escapar de sus acreedores se entregó a la bebida y murió en la miseria en la localidad de Calais en enero de 1815.

La extraordinaria vida de Lady Hamilton se ha llevado al cine y a la literatura. En  1941 Vivien Leigh interpretaría el papel de Emma en la película de Alexander Korda, "Lady Hamilton"  y Susan Sontag publicaría en 1992 la obra que la consagraría como novelista "El amante del volcán", un relato novelado inspirado en el triángulo amoroso entre Emma Hamilton, Nelson y William Hamilton.

El "Retrato de Emma Hart" se puede contemplar en el Museo de Bellas Artes de Boston desde el 1 de marzo y hasta el 21 de junio de este año dentro de la exposición "Restoring a Legacy. Rothschild Family Treasures"